Llegó el otoño -hace más de cuatro semanas-, comenzó el curso -hace todavía más-, y
con él nuevos proyectos que estoy emprendiendo con ilusión. Sin embargo, el
tiempo libre se ha reducido considerablemente, por lo que no he tenido más
remedio que robar horas al sueño para leer algunos de los libros que quería. Lo que no he podido es dedicar momentos al blog, y hoy lo hago
deprisa y corriendo, así que disculpad la espontaneidad
y poca profundidad de las breves reseñas de esta entrada (lo de “reseñas” es por
llamarlas de alguna manera).
Aunque durante los próximos meses
pienso recalar en puerto seguro, en septiembre y octubre me he arriesgado
apostando por algunos escritores del actual panorama narrativo, cuyas obras
sonaban por aquí y por allá, pero a los que no me terminaba de acercar. Y, entre
unos y otros, he colado autores que sabía que no me iban a defraudar, como
Hawthorne, Camus, Gógol, James (Henry, Henry, en qué estabais pensando…). Intentaré, a continuación, hacer un esbozo de algunos de estos libros.
La mujer de sombra, de Luisgé Martín. En primer lugar, he de decir que a mí algunos rasgos del estilo narrativo desplegado aquí por Luisgé no me gustan: la manía del escritor por determinadas estructuras oracionales y
por algunos signos de puntuación llegó a hartarme, por más que el objetivo
fuera dar un ritmo rápido a la narración. Y sí, la novela se lee de un tirón,
pero no por el modo de relatar del autor, sino por una trama que engancha, sin ser nada del otro mundo, ojo (en mi caso, mantuve el interés por averiguar el porqué de algo). El
protagonista, un cuarentón llamado Eusebio que trabaja por placer gracias a una
herencia más que considerable, vive su particular descenso a los infiernos
provocado por una obsesión que lo atormenta: la terrible duda sobre la
identidad de la mujer que ama, o más bien, de la mujer que lo ama, porque yo no tengo tan claro que el sujeto esté enamorado -está obsesionado, creo yo-. Aunque parezca una tontería, el hecho
de que el personaje principal no necesite trabajar para vivir lo considero un error, pues, entre otras cosas, resta verosimilitud
a la historia y al protagonista y te hace pensar que la que éste acaba montando es por mero aburrimiento. Y ya sólo
faltaba llamarlo Eusebio. Aviso: el libro contiene escenas muy duras.
Wakefield, de
Nathaniel Hawthorne. A este cuento llegué a través de una pequeña investigación
literaria, algo que me gusta hacer de vez en cuando. Y es que mi patología
libresca tiene muchas manifestaciones, pero este tema y este relato dan para mucho y
desarrollarlo ahora sería irme por las ramas.
Isaac Rosa por partida doble: El país del miedo y La habitación oscura. De Isaac Rosa se dice que es un escritor como la copa de un pino y que su obra La habitación oscura va a ser una de las novelas del año –se publicó en septiembre y ya la han reseñado en algún que otro suplemento y en varios blogs–.
Y una, que es débil e ignorante, y curiosa, decide leer a Rosa. En fin… vayamos
por partes.
Empecé con El país del miedo porque
me atraía más el tema de este libro. Se trata de un exhaustivo catálogo de los
miedos contemporáneos –o de los miedos ancestrales con disfraces del siglo XXI–
expuestos a partir de la situación vivida por el protagonista de la historia,
Carlos, un padre que intenta solucionar el caso de acoso escolar sufrido por su hijo. La
novela es narrada en tercera persona, aunque a través de lo que piensa y siente el
protagonista, alternando capítulos en los que se desarrolla la trama con
otros en los cuales se explican, siempre partiendo de los temores de Carlos, los peligros a los que nos enfrentamos los seres humanos que tenemos
las necesidades cubiertas, pero que no podemos gastar el dinero en un
guardaespaldas (la clase media, vamos, esa clase que está desapareciendo con la
crisis). Esta lectura me produjo un poco de angustia, no por la gran cantidad
de riesgos cotidianos (y no tanto) que nos plantea el autor, sino por la ineptitud de Carlos a la hora
de resolver el problema de su hijo; no obstante, Rosa escribe muy bien, y el
desarrollo de la historia no se hace pesado, aunque el comportamiento del padre
de la criatura ponga nervioso a cualquier lector (te dan ganas de darle varios
mamporros).
Y entonces...
Le tocó el turno a La habitación oscura… una
de las novelas del año, retrato de una generación a la que supuestamente
pertenezco… Pues no, ni lo uno ni lo otro. Isaac Rosa contextualiza parte de la historia en la época de crisis actual, algo que, en principio, podría llamar nuestra atención. Pero la cosa se estropea desde el capítulo uno, con el añadido de una prosa repetitiva hasta el hartazgo -estilo que ya practicó el autor en El país del miedo-. Los protagonistas son un grupo de
jóvenes que se casan, pagan hipotecas, tienen hijos, unas veces son despedidos del
trabajo, otras veces tienen que ocuparse de un padre enfermo, etc.; y lo pasan taaaaan
mal, se sienten taaaaan perdidos y taaaaan desgraciados, que, en lugar de ser
valientes e intentar resolver sus problemas, o ser fuertes y continuar adelante,
se refugian en “la habitación oscura”, un lugar que crearon cuando eran
veinteañeros y se reunían en un local alquilado, una habitación totalmente
tapiada a la que acudir cuando las circunstancias los superan, para: o tener sexo anónimo (zona central del cuarto) o estar solo y acurrucarse
en un rincón (lo de estar solo es un decir, pues siempre hay otros al mismo
tiempo que han elegido la primera opción). Esto es La habitación oscura. Y no hay más. Bueno, sí, al final hay un poco de intriga: piratas informáticos, venganza contra el sistema, pervertidos peligrosos... Pero, vamos, este añadido, salvar la novela, lo que se dice salvarla, pues no.
Una pena en observación, de C. S. Lewis. De este escritor sólo había leído las Crónicas de Narnia, y hace muchísimos
años. Una pena en observación es una obra muy breve en la que
Lewis reflexiona sobre el dolor tras la muerte de su esposa, y el autor consigue en pocas páginas mezclar
sus emociones con un lúcido análisis del sufrimiento por la pérdida del ser amado.
Después del terremoto, de Haruki Murakami. Ya era hora de leer a Murakami y, antes de atreverme con Kafka en la orilla o Tokio Blues, he decidido empezar por sus seis relatos reunidos bajo este título. Todos ellos tienen la misma referencia temporal, pues transcurren
poco después del terremoto que asoló la ciudad japonesa de Kobe en 1995, y el seísmo se acaba convirtiendo en elemento central de cada uno de los cuentos.
Destaco tres de ellos: “Paisaje con plancha” “Rana salva Tokio” y “La torta de
miel”.
El malentendido,
de Albert Camus. No adelantaré nada, salvo que la genialidad de este autor
llega a todos los géneros. Recomiendo, además de su lectura, asistir a la a la
representación teatral de esta obra.
La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel. Es la historia de un anciano que se ve
obligado a abandonar su país con su nieta, después de perder en la guerra a
toda su familia. El señor Linh llegará con el bebé a una tierra desconocida,
donde sólo encontrará un amigo, cuyo idioma no comprende, pero con el que se
comunica sin palabras. Se trata de un relato tremendamente triste, contado con
una extraordinaria sencillez y con un final inesperado (o no).
Vi,
de Nikolái Gógol y La Navidad para un niño en Gales, de Dylan Thomas, forman parte de la colección de Nórdica Ilustrados –el Wakefield
que he leído también, por cierto– y resulta que hay días que me levanto con ganas de dibujitos. Vi, de Gógol,
es uno de los relatos más originales y menos conocidos del escritor; de éste ya
me fascinaban sus Historias de San
Petersburgo, así que encontrar y leer un cuento de vampiros de la tradición
ucraniana –el autor era de Ucrania, aunque escribía en lengua rusa– narrado a través de sus palabras ha sido
maravilloso. De Dylan Thomas no había leído nada (una no es perfecta), pero al
ver un cuentecillo navideño del autor con ilustraciones no pude resistir la
tentación; al final ha valido la pena esta historia de corte poético en la
que creemos ver al propio Dylan de niño, teniendo en cuenta que la vida del escritor
está profundamente relacionada con su prosa y su poesía. A estos dos títulos he de añadir El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos, también de Nórdica Ilustrados (cuánta publicidad), que reúne cuentos de Zola, Twain, Kipling y Saki protagonizados por -sí, lo habéis adivinado- “lindos” mininos; “Tobermory” , de Saki, el mejor de todos.
Días sin hambre,
de Delphine de Vigan. “Si no piensas, todo va bien”, dice uno de los personajes
de esta historia a la protagonista. Y tiene razón. A veces, no hay otro camino. Lo que se
narra en esta obra es la última parte de una experiencia muy dura y muy difícil
de superar, de esas que te dejan secuelas que, aunque estén muy escondidas, pueden
aflorar en cualquier momento. Novela no apta para los que carezcan
de empatía.
Y finalmente, aunque de las lecturas de este
bimestre faltan algunos títulos (poesía y alguna novela más, creo recordar), no puedo dejar de nombrar las mejores obras, que, además de El
malentendido, son: La felicidad
conyugal, de Lev Tolstói; Si esto es
un hombre, de Primo Levi; y La figura
de la alfombra, de Henry James. Estas cuatro obras son las que recomendaría sin dudar, de todas las que he nombrado.