“¿Y Papá Noel también ha muerto?”. Esta pregunta la hizo una niña en 1870 al enterarse de la muerte de Charles Dickens. Pocos saben que este escritor ayudó con sus relatos a reinventar la fiesta de Navidad tal y como hoy la conocemos, devolviéndole su verdadero espíritu y recuperando tradiciones y costumbres: los viejos villancicos vuelven a escucharse, el árbol de Navidad se extiende por toda Europa y se crean las tarjetas para felicitar las fiestas. Cuando hoy practicamos algunos de estos ritos, rendimos homenaje a la fantasía de Dickens.
Esto
es solo un ejemplo de la capacidad que tenían sus obras para alcanzar
dimensiones extraliterarias. Dickens pretendió influir con sus escritos en
la sociedad en que vivía, y lo consiguió, en mayor o menor medida. Acabó
convirtiéndose en el hombre más conocido de Inglaterra, publicando sus obras
por entregas en varios periódicos y revistas; todo el mundo hablaba de sus
historias y de sus personajes y esperaba ansioso de una entrega a otra (llegó a
mantener en vilo a todo el país con la suerte de la niña protagonista de La
tienda de antigüedades, pidiéndole los lectores que no muriera al final).
Su
capacidad para atrapar al lector lo ayudaría en su propósito. Dickens vive en
pleno utilitarismo, filosofía que justifica todo acto que redunde en la
felicidad de aquellos sobre quienes se aplique, y él cree que la moraleja de su relato puede mejorar al lector. Es un autor que escribe para entretenernos,
pero también para edificarnos.
Su
inquietud por mejorar el mundo a través de sus obras no cesaría nunca. Con esta finalidad creó novelas inolvidables en las
que alienta su conciencia social, su compasión por los débiles y su rebeldía, y
para conseguirlo utilizó su propia experiencia vital, haciendo discurrir su
existencia en un doble plano: el de la literatura y el de la realidad
ordinaria.
Cada
acontecimiento de su vida se convirtió así en decisivo: los clásicos que lee cuando era niño (entre ellos Robinson
Crusoe, Las mil y una noches, el Tom Jones de Fielding y el Quijote),
comenzando con ellos su formación autodidacta; el arresto de su padre por
deudas y la caída en la miseria; su trabajo con once años en una fábrica de
betún, episodio que lo dejaría marcado para siempre…
Todo
esto y mucho más quedaría reflejado en sus obras: retrata a su padre en el
desastrado señor Micawber de David Copperfield, y a su cuñada Mary, cuya
muerte le partió el corazón, en la adorable Nell de La tienda de
antigüedades; el personaje maternal suele estar ausente o representado en
figuras negativas o tontas, como la señora Nickleby y la madre de David
Copperfield, personaje este último que es el propio Dickens en su infancia y adolescencia,
recreando los ambientes, los sentimientos y las enseñanzas de la vida cruel y
miserable que padece; también aparecen con frecuencia en sus novelas los
aspectos macabros, insólitos y sanguinarios conocidos en su etapa de pasante de
un abogado; sin olvidar su interés por lo sobrenatural, que es plasmado en los relatos
de fantasmas.
Pero
el escritor no solo reflejaba su propia vida, sino también la vida que lo
rodeaba, exponiendo o denunciando aspectos
de la sociedad inglesa del siglo XIX y poniendo en escena una galería de
personajes que representan cuanto bueno y malo existe en la naturaleza humana.
Y a través de ellos conocemos los ideales y los problemas que preocupaban a
Dickens: en Tiempos difíciles rechaza todo método educativo que excluya
la fantasía; La pequeña Dorrit es una sátira contra la burocracia
y la explotación del hombre; Nicholas Nickleby muestra la brutal
disciplina de las escuelas de su época; en la inolvidable Oliver Twist
refleja el funcionamiento de los hospicios y el mundo del hampa londinense,
describiendo esa ciudad que tanto conocía…
Y
en todas ellas subyace el escritor vital y sensible, creador de realidades
visibles e invisibles, grandes y pequeñas, imaginadas y vividas.
Este
año 2012 celebramos el bicentenario de su nacimiento. Y del mismo modo que lo
homenajeamos, casi sin darnos cuenta, cada vez que llega la Navidad, hagámoslo
leyendo alguna de sus obras, recordando algún fragmento inolvidable y, sobre
todo, intentando mejorar el mundo en que vivimos.
“Era el mejor de los tiempos y el peor; la edad de la
sabiduría y de la tontería; la época de la fe y la época de la incredulidad; la
estación de la luz y la de las tinieblas; era la primavera de la esperanza y el
invierno de la desesperación; todo se nos ofrecía como nuestro y no teníamos
absolutamente nada; íbamos todos derechos al cielo, todos nos precipitábamos en
el infierno.”
Historia de dos ciudades
PUBLICADO EN:
"EL MIRADOR DE CIEZA"
24/03/2012
BLOG DE LA ASOCIACIÓN CULTURAL
"LA SIERPE Y EL LAÚD"
"LA SIERPE Y EL LAÚD"
27/03/2012
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