Una tarde cualquiera de primavera, mientras
paseaba por las calles absorta en mis preocupaciones, una mariposa revoloteó a mi alrededor. En ese momento se unió la melancolía de mis pensamientos con la belleza del aleteo de la mariposa, y me pareció un instante
mágico, siendo tan sencillo, espontáneo y natural (imagino que con un abejorro no habría sido igual, jeje). Casi nunca, en la vida
cotidiana, me paro a observar las cosas hermosas que me rodean, tonta de mí,
pero están ahí; por suerte, en la
literatura esto sobreviene sin más, así como en otras manifestaciones artísticas a las que también soy aficionada (música, cine...). Recordando, días después, cómo me había
sentido, vino a mi mente un escritor cuyos relatos me han suscitado siempre
emociones semejantes: Chéjov.
Anton Chéjov es uno de los autores esenciales
en mi vida. Y, a lo largo de los años, he conocido a personas para
las cuales también es un escritor fundamental. Dicen que las casualidades no
existen…
Leyendo sus obras (escribió relatos, novelas cortas y teatro) he vivido algunos de mis
momentos más felices. Cuando siento el llanto de unos personajes desafortunados,
sufriendo por los sinsabores de su existencia; o vivo su alegría e ilusión ante
un horizonte maravilloso; o me muestran, a través de
sus emociones, aspectos de la vida que yo desconocía hasta entonces… es en esos
casos cuando entran a formar parte de mí y ya no me abandonan nunca. Y en ello creo
que reside lo sublime de la literatura. Chéjov desencadena todo eso y mucho más
que no sé expresar con palabras; me siento identificada con muchos de sus
relatos, y no sólo me ocurre a mí, también a personas muy queridas que el destino
ha puesto en mi camino.
Máximo Gorki decía que en presencia de Chéjov “todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más
ellos mismos”. Y ahí parece radicar el genio del escritor. A través de una
prosa elegante, depurada y sencilla, nos sumerge en historias que nos resultan
tan familiares…: la angustia de Nadia en “La novia” ante un futuro gris e insustancial,
antes de tomar una decisión que cambiará su vida para siempre; la infelicidad
de Ana en “La dama del perrito” -Nunca he
sido feliz, pero ahora lo soy menos todavía… Y nunca, nunca seré dichosa,
¡nunca!-; las esperanzas de Riábovich en “El beso”, después de vivir ese
instante misterioso y fascinante; la tristeza y la desolación de Marusia, la princesa enferma y enamorada de "Flores tardías"; o el vacío de Olenka en "Almita", cuando no tiene a nadie a quien amar… Son criaturas en las que es fácil reconocerse, más allá del espacio y del paso del tiempo (la Rusia decimonónica). El dramaturgo y cuentista ruso era alegre y optimista, con una
actitud abierta y tolerante ante la vida, de ahí que no emita juicios morales en sus obras,
y dé cabida a todo y a todos: las mujeres, los campesinos, los niños, los intelectuales,
los animales... Recogió toda la variedad de la vida y lo hizo de manera clara y
comprensible.
Soy reacia a sugerir autores u obras, pero a Chéjov hay que leerlo. Haced caso, al menos, a Vladimir Nabokov, que él sí que sabía: Yo recomiendo vivamente tomar cuantas veces sea posible los libros de Chéjov [...] y leerlos como deben ser leídos, soñando a su través. En una era de fornidos Goliats viene muy bien leer cosas sobre Davides delicados. Esos paisajes desnudos, los sauces secos al borde de los caminos tristes y enlodados, los grajos grises que aletean sobre cielos grises, el súbito tufillo de un recuerdo asombroso en un rincón extrañísimo: toda esa vaguedad conmovedora, toda esa debilidad hermosa, todo ese grisáceo mundo chejoviano es algo que vale la pena atesorar frente a la luz cegadora de esos otros mundos fuertes, autosuficientes, que nos prometen los devotos de los estados totalitarios.
Soy reacia a sugerir autores u obras, pero a Chéjov hay que leerlo. Haced caso, al menos, a Vladimir Nabokov, que él sí que sabía: Yo recomiendo vivamente tomar cuantas veces sea posible los libros de Chéjov [...] y leerlos como deben ser leídos, soñando a su través. En una era de fornidos Goliats viene muy bien leer cosas sobre Davides delicados. Esos paisajes desnudos, los sauces secos al borde de los caminos tristes y enlodados, los grajos grises que aletean sobre cielos grises, el súbito tufillo de un recuerdo asombroso en un rincón extrañísimo: toda esa vaguedad conmovedora, toda esa debilidad hermosa, todo ese grisáceo mundo chejoviano es algo que vale la pena atesorar frente a la luz cegadora de esos otros mundos fuertes, autosuficientes, que nos prometen los devotos de los estados totalitarios.
Elvira Lindo escribió un magnífico artículo
titulado “Por qué queremos a Chéjov”. En él cuenta anécdotas muy interesantes de la vida y muerte del escritor y nos revela algunos matices sobre su obra. Dejo aquí el enlace: http://elpais.com/diario/2010/08/21/babelia/1282349535_850215.html. Espero que disfrutéis. Y sigamos amando a Chéjov por los siglos
de los siglos.
3 comentarios:
Interesante tu entrada, aportando datos que a las analfabetas como yo les beneficia con creces. Del enlace te diré que me ha parecido bastante cómica su muerte. Esa mariposa hizo algo más que volar a tu alrededor.
Un abrazo y buen comienzo de semana.
Bien sabes que pienso en Chejov como un auténtico maestro, y que me ha acompañado con sus relatos incluso esperando turno en la carnicería.
Dicen que Chejov lograba que todos cuantos hablaban con él se sintiesen cómodos e interesantes, ese es su don, el de hacer brillar cualquier rincón donde posaba su mirada.
Abrazos.
Y sigue recordando y descubriendo la LITERATURA (con mayúsculas).
En tu artículo, la misma sencillez y verdad que en el mejor Chéjov. Sin pretensiones, y diciendo "sencillamente cosas sencillas". ¡Pero tan difíciles de expresar! Tú lo has conseguido plenamente.
Gracias también por las oportunas citas, y un magnífico artículo de Elvira Lindo que no conocía porque no leo El País...
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