Leí
tus palabras por primera vez con solo trece años, la misma edad que tenías tú
cuando empezaste a escribir. Hoy, veinte años después, las releo con mis
alumnos y los recuerdos me golpean con fuerza. En sus caras veo a la niña que
fuiste y a la niña que fui, todos atentos a las páginas del libro, deseando
descubrir qué ocurrirá, cuál será el desenlace de tu historia.
Tu
sueño era ser escritora y lo conseguiste, a pesar de que te arrebataron la
libertad, y posteriormente la vida; pero tu extraordinario potencial literario
y humano acabó por desplegarse antes de morir cuando aún no habías cumplido los
dieciséis años. Pronto descubriste el poder de la palabra escrita, lo que,
unido a tu talento y perseverancia, daría lugar a una obra considerada un
mensaje universal de valentía y esperanza, que te ha convertido en un símbolo de
tolerancia, optimismo y ganas de vivir.
Querías
transformar tus páginas en una novela y muchas veces imagino todas las que
habrías escrito, todo lo que habrías creado, si el odio de otros seres humanos
no te hubiera despojado de tu futuro. “Figúrate lo interesante que sería que yo
publicase una novela […]”, le comunicabas a tu amiga epistolar. Inventaste una
amiga a la que dirigir tus escritos porque la necesitabas y la hiciste receptora
de tu obra más importante: “Qué ganas tengo de mantener correspondencia con
alguien […]. Así que ahora voy a
escribir en forma de carta, por lo que en definitiva el resultado será el
mismo”. Todavía recuerdo el día que decidí empezar a escribir mis redacciones
de clase de la misma forma que tú, imaginando una persona que no existía a la
que dirigir mis escritos, y así hasta el día de hoy, que redacto este blog, con
excepción de esta carta que no dedico a un amigo imaginario, sino a ti.
Tú
te defendías de la soledad y del miedo con la fantasía y acabaste desplegando
una creatividad sin límites, narrando con detalle y al mismo tiempo con
amenidad. Poco a poco fuiste enriqueciendo tu vocabulario y refinando tu estilo
a un ritmo inusual para un adolescente, y aprendiendo a observar y a trasladar
al papel esas observaciones con precisión y naturalidad.
Sin
embargo, la tarea de limitarte a plasmar la realidad pronto dejó de
satisfacerte, así que, además de tus descripciones sobre el acontecer diario,
comenzaste a crear narraciones cortas. Esto es algo que pocos saben: que
también eres autora de una colección de cuentos. “He empezado […] a escribir un
cuento, algo completamente inventado, y me ha gustado tanto que se me amontonan
los hijos de mi pluma”. Y mientras mantenías tus otras anotaciones en riguroso
secreto, con los relatos buscabas la cercanía de los demás, permitiendo que los leyeran o convirtiéndote en
una cuentacuentos llena de gracia a la espera de una buena o mala crítica.
Y,
por supuesto, no podemos pensar en ningún escritor sin considerar las lecturas que
hay detrás. “Loca por la lectura y por los libros”, con estas sencillas palabras
describías tu pasión. Te sumergías en mundos ficticios para escapar de la realidad
y experimentar la sensación de libertad que te negaba tu prisión: “La gente
normal no se imagina lo que significa un libro para una persona encerrada”. Con
tu desarrollo intelectual crecían tus exigencias literarias, cada vez leías más
libros, muy diferentes y de distintos autores. Y con cada uno de ellos se
ampliaba tu horizonte, se desarrollaba tu imaginación, aumentaban tus
conocimientos y se conformaba tu propio estilo literario.
Descubriste
la magia de la lectura y la escritura, una pasión
que compartimos y que yo intento transmitir a mis alumnos cada día. Por eso a
menudo suelo narrarles los libros que leía cuando tenía tu edad o la suya; es
maravilloso observar sus caras cuando les cuento El conde de Montecristo, Rebelión
en la granja, La llamada de lo salvaje o Moby Dick. Y, como no puede
ser de otra manera, leemos juntos y escribimos juntos. Así que era inevitable
que tarde o temprano llevara tu obra a clase; y sabía que les gustaría, pero no
hasta qué punto tendrían éxito, no solo su lectura, sino también las actividades
derivadas de ella. En un mes han aprendido más de ti, de tus escritos y de la
época en que viviste, que en nueve meses de lecciones y apuntes.
Así
pues, querida niña, quiero que sepas que has hecho más de lo que nunca imaginaste,
has hecho mucho más que emocionar a millones de lectores a lo largo de varias
décadas: haces que cada día, leyendo y corrigiendo las redacciones, artículos,
cartas o relatos de mis alumnos, tenga la esperanza de que, tal vez, sentado en
el pupitre que tengo frente a mí, haya un joven escritor ante el cual se abre
un mundo lleno de posibilidades. Nunca se sabe.
P.
D. La fecha de publicación de esta entrada en el blog, así como su forma epistolar (aunque carezca de saludo y despedida) no son casuales, sino que
están relacionadas con la destinataria de la carta. Algunos adivinaréis de quién
se trata en el primer párrafo, otros en el segundo. Espero que todos hayáis
leído su libro; a los que no lo habéis hecho y no conocéis a ese manojo de
contradicciones -“porque se me ha pasado la edad” suelo escuchar- os diré que... aún podéis remediarlo.
2 comentarios:
¿Sabes que me han entrado ganas de volver a leer el Diario?
Las palabras son puente, salvavidas, ventanas en los muros...
Abrazos soñadora querida.
Tu carta -y todas las actividades que has hecho- son un homenaje precioso a Ana Frank. Seguro que has despertado en más de un adolescente el deseo de escribir. Besos.
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