Así que nunca más pasearemos
tan tarde de noche,
aunque el corazón siga enamorado,
y aunque siga brillando la luna.
Lord Byron
(1788-1824)
Ray Bradbury (1920-2012) utilizó este
último verso de Lord Byron para titular uno de los relatos reunidos bajo el
nombre de Crónicas marcianas, en el que un personaje recita el poema del escritor romántico. La
lírica tiene mucho en común con esta colección de cuentos, una serie de
historias que se alejan de los temas y lugares comunes de la ciencia ficción, y
que adquieren, como señaló Borges, un tono elegíaco, convirtiéndose en una triste
reflexión sobre el poder destructor del ser humano.
Se trata de veinticinco relatos que
transcurren entre los años 1999 y 2026 y en ellos se narra la conquista y
colonización de Marte: las distintas
expediciones al planeta rojo, con desiguales resultados; la llegada de los
primeros colonos terrestres, con sus esperanzas y sus miedos; el encuentro con
los marcianos; hasta llegar, finalmente...
Aunque se presenta como una colección
de narraciones cortas, el hecho de que estén todas unidas por la misma
referencia contextual, de que tengan un orden temporal y de que exploren los
mismos temas, convierte el libro en una novela: si se leen consecutivamente
forman una narración con planteamiento, nudo y desenlace. Sin embargo, inicialmente
no eran más que una serie de relatos sin la organización que todos conocemos;
la idea de reunir aquellos que tuvieran en común el tema de la colonización de
Marte y publicarlos bajo el título de Crónicas marcianas se la dio al autor el
editor de Doubleday, Walter Bradbury (no, no eran familia). No obstante, a
pesar de su carácter unitario, se percibe que son narraciones independientes:
son de diferente extensión y estilo; las hay de de terror, metafísicas, llenas
de prosa poética, de humor…
Una de las genialidades de estos
cuentos es que Bradbury se aleja del cientifismo que sí encontramos en otras
obras de ciencia ficción. Y fue su singularidad en el tratamiento de este género
lo que hizo que tuviera dificultades a la hora de publicar sus relatos -fueron
rechazados por varios editores, entre ellos, John W. Campbell, a cargo de la
revista Astounding Science Fiction-. Sin embargo, Bradbury sería uno de los
autores que más ayudaría a popularizar las narraciones de ciencia ficción, tal
vez por su acercamiento a lo humano y a lo poético. En cualquier caso, el
escritor consiguió crear algo nuevo, original y único, al convertir lo
fantástico y lo futurista en poesía. Como ejemplo, las descripciones de Marte,
que en los primeros relatos parece una especie de paraíso, reflejado a través de imágenes
oníricas, para después convertirse en un planeta de colinas y valles oscuros y
pueblos deshabitados.
Otra peculiaridad que añade Bradbury
es la creación de los personajes de los marcianos: son seres que nos resultan
familiares de tan humanos que parecen, como muestran los primeros encuentros
entre ellos y los terrícolas en “Ylla” -donde un marciano es presa de una
debilidad tan terrenal como los celos- y en “Los hombres de la tierra” -de este
no cuento nada, será mejor que lo leáis-; pero su aparente humanidad no es
obstáculo para que al mismo tiempo pueden resultar espantosos, como en “La
tercera expedición”, uno de los relatos más terroríficos. Pues sí, casi humanos pero no del todo porque los marcianos poseen una extraña capacidad que será la que provocará algunos
de los desenlaces más inesperados y terribles. ¿Explico en qué consiste esa capacidad? Seré buena y os ahorraré el "spoiler" (que conste que me está resultando difícil reseñar sin destripar).
Y, finalmente, no podemos olvidar el tema fundamental de estas narraciones: la crítica hacia la capacidad
destructora de los seres humanos. En estas historias Bradbury creó un fiel
reflejo del lado más pernicioso de las sociedades occidentales: colonialismo (“Aunque
siga brillando la luna”, el mejor relato con este tema; “La verde mañana”; “Las
langostas”; “Intermedio”), represión y falsa moral (“Los músicos”; “Usher II”),
racismo (“Fuera de temporada”, “Un camino a través del aire”)…
Mucho se ha escrito sobre esta obra y
yo no he comentado nada que no se sepa ya; solo puedo añadir que estas
historias ya han entrado a formar parte de mí, como tantos otros libros, y cada vez que vengan a mi memoria volveré a revivir una chispa de esa misteriosa felicidad que me concede la literatura. Misteriosa felicidad, sí, porque leyendo Crónicas marcianas en el silencio de una
noche de verano no he podido evitar sentirme transportada a los solitarios
valles del planeta rojo, y fascinada por las descripciones poéticas que
Bradbury hace del mismo, llenas de melancolía y de soledad; he vivido el asombro
de los primeros humanos que llegan a Marte; su miedo ante unos marcianos que,
al principio, pueden resultar peligrosos; la inquietud por
preservar una civilización que parece abocada a la destrucción; y, sobre todo,
he sentido la tristeza que acaba provocando imaginar el final de los habitantes del “cuarto planeta a partir del Sol”.
Como dice Borges en el prólogo a
estos relatos: ¿Qué ha hecho este hombre
de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios
de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?
3 comentarios:
Tu blog me incita a leer más, a descubrir.
Gracias por dejarnos asomarnos a la LITERATURA (con mayúsculas).
Abrazos.
Cómo me gusta llegar aquí y descubrir datos tan interesantes y tan curiosos.
Me encanta que los compartas, amiga mía.
Un fuerte abrazo.
Muy buena entrada. Me dieron ganas de leer el libro.
Publicar un comentario