23 de noviembre de 2013

LECTÓPATA



07.00 h. Suena el despertador. Sólo ha dormido tres horas; la culpa la ha tenido una novela que no podía abandonar. Lo primero que hace es entrar a través del móvil a Goodreads para calificar la obra con cinco estrellas. 

08.15 h. Antes de salir coge un nuevo libro –puede que en algún momento tenga un rato para leer–, y se dirige al trabajo escuchando en su Ipod canciones de los Waterboys, con las letras de los poemas de Yeats.

08.30 h. Hoy explica el realismo francés en 2º de Bachillerato. Habla de Balzac, Stendhal y Flaubert, de Eugenia Grandet, de Rojo y negro, terminando con el proceso de gestación de Madame Bovary y el análisis psicológico de Emma. Como Sherezade, deja en suspenso la narración de esta última novela, disfrutando con la intriga de sus alumnos por conocer el desenlace.

11.15 h. Tiene media hora libre. Va a la librería a comprar El Cultural, el suplemento literario del periódico El Mundo; al día siguiente le tocará el turno a Babelia y Ababol. Antes de irse, echa un vistazo a las estanterías, pregunta por el título que busca, no lo tienen. Por la tarde recorrerá las demás librerías de su pueblo; si no encuentra esa obra, irá a Murcia. Sabe que no debería, porque volverá de allí cargada de libros, pero no lo puede evitar.

12.40 h. En la biblioteca del instituto toca catalogación. Lo hace con la rapidez que le otorga la práctica constante. 

13.35 h. Los alumnos de 1º ESO escuchan quién es Roald Dahl y leen algunos de sus Cuentos en verso para niños perversos. En la lectura inicial de la unidad conocerán a Gianni Rodari y sus Cuentos por teléfono.

14.35 h. Camino de vuelta a casa, mira por el móvil los blogs literarios que lee habitualmente. Tongoy tiene nueva entrada y toca reseña de libro infumable, ideal para reír y descargar tensiones. 

15.15 h. Después de comer rápidamente, coge la antología de relatos que ha pasado toda la mañana sin abrir –no suele haber tiempo para la lectura en el trabajo, pero siempre se lleva algún ejemplar, nunca se sabe– y se dispone a pasar tres horas leyendo –es viernes y, por lo tanto, tiene la tarde libre de tareas–.

18.15 h. Terminados los cuentos, les pone nota en Goodreads y sale en busca de la obra que le quita el sueño, tiene que ser suya cuanto antes. Se dirige a otra de las librerías de las que es clienta asidua y mira con ansiedad por las estanterías. No la encuentra, aunque sí tres títulos más que le interesan. Pregunta por la novela en cuestión y cuando ve la cara del librero deja de hacerse ilusiones, pensando ya en su viaje a Murcia para buscarla –allí tienen que tenerla, es imposible que no la tengan–. De repente, fija su vista en una montaña de ejemplares que hay en el mostrador, son novedades recién llegadas y… no puede creer lo que ve. ¡Acaba de hallar el tesoro! Es una obra rara, pero recién traducida al castellano, ¡y la tiene entre sus manos sin salir de su pueblo y sin pedirla por Internet!

18.45 h. Abandona la librería con cuatro títulos nuevos que añadir a su biblioteca y toma un café con una amiga mientras le habla eufórica de sus nuevas adquisiciones.

19.30 h. De vuelta en casa, comenta la entrada del blog de Tongoy, que había leído al salir del trabajo. Echa un vistazo al resto de blogs, no hay nada nuevo.

19.35 h. Lee…

22.00 h. Lee…

03.00 h. Lee…

A la mañana siguiente…

07.00 h. Suena el despertador. Sólo ha dormido tres horas…


NOTA. Esta entrada es un texto de ficción. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

25 de octubre de 2013

POPURRÍ



Llegó el otoño -hace más de cuatro semanas-, comenzó el curso -hace todavía más-, y con él nuevos proyectos que estoy emprendiendo con ilusión. Sin embargo, el tiempo libre se ha reducido considerablemente, por lo que no he tenido más remedio que robar horas al sueño para leer algunos de los libros que quería. Lo que no he podido es dedicar momentos al blog, y hoy lo hago deprisa y corriendo, así que disculpad  la espontaneidad y poca profundidad de las breves reseñas de esta entrada (lo de “reseñas” es por llamarlas de alguna manera).

Aunque durante los próximos meses pienso recalar en puerto seguro, en septiembre y octubre me he arriesgado apostando por algunos escritores del actual panorama narrativo, cuyas obras sonaban por aquí y por allá, pero a los que no me terminaba de acercar. Y, entre unos y otros, he colado autores que sabía que no me iban a defraudar, como Hawthorne, Camus, Gógol, James (Henry, Henry, en qué estabais pensando…). Intentaré, a continuación, hacer un esbozo de algunos de estos libros.


La mujer de sombra, de Luisgé Martín. En primer lugar, he de decir que a mí algunos rasgos del estilo narrativo desplegado aquí por Luisgé no me gustan: la manía del escritor por determinadas estructuras oracionales y por algunos signos de puntuación llegó a hartarme, por más que el objetivo fuera dar un ritmo rápido a la narración. Y sí, la novela se lee de un tirón, pero no por el modo de relatar del autor, sino por una trama que engancha, sin ser nada del otro mundo, ojo (en mi caso, mantuve el interés por averiguar el porqué de algo). El protagonista, un cuarentón llamado Eusebio que trabaja por placer gracias a una herencia más que considerable, vive su particular descenso a los infiernos provocado por una obsesión que lo atormenta: la terrible duda sobre la identidad de la mujer que ama, o más bien, de la mujer que lo ama, porque yo no tengo tan claro que el sujeto esté enamorado -está obsesionado, creo yo-. Aunque parezca una tontería, el hecho de que el personaje principal no necesite trabajar para vivir lo considero un error, pues, entre otras cosas, resta verosimilitud a la historia y al protagonista y te hace pensar que la que éste acaba montando es por mero aburrimiento. Y ya sólo faltaba llamarlo Eusebio. Aviso: el libro contiene escenas muy duras.

Wakefield, de Nathaniel Hawthorne. A este cuento llegué a través de una pequeña investigación literaria, algo que me gusta hacer de vez en cuando. Y es que mi patología libresca tiene muchas manifestaciones, pero este tema y este relato dan para mucho y desarrollarlo ahora sería irme por las ramas. 

Isaac Rosa por partida doble: El país del miedo y La habitación oscura. De Isaac Rosa se dice que es un escritor como la copa de un pino y que su obra La habitación oscura va a ser una de las novelas del año se publicó en septiembre y ya la han reseñado en algún que otro suplemento y en varios blogs. Y una, que es débil e ignorante, y curiosa, decide leer a Rosa. En fin… vayamos por partes.

      Empecé con El país del miedo porque me atraía más el tema de este libro. Se trata de un exhaustivo catálogo de los miedos contemporáneos o de los miedos ancestrales con disfraces del siglo XXI expuestos a partir de la situación vivida por el protagonista de la historia, Carlos, un padre que intenta solucionar el caso de acoso escolar sufrido por su hijo. La novela es narrada en tercera persona, aunque a través de lo que piensa y siente el protagonista, alternando capítulos en los que se desarrolla la trama con otros en los cuales se explican, siempre partiendo de los temores de Carlos, los peligros a los que nos enfrentamos los seres humanos que tenemos las necesidades cubiertas, pero que no podemos gastar el dinero en un guardaespaldas (la clase media, vamos, esa clase que está desapareciendo con la crisis). Esta lectura me produjo un poco de angustia, no por la gran cantidad de riesgos cotidianos (y no tanto) que nos plantea el autor, sino por la ineptitud de Carlos a la hora de resolver el problema de su hijo; no obstante, Rosa escribe muy bien, y el desarrollo de la historia no se hace pesado, aunque el comportamiento del padre de la criatura ponga nervioso a cualquier lector (te dan ganas de darle varios mamporros). 

          Y entonces...



             Le tocó el turno a La habitación oscura… una de las novelas del año, retrato de una generación a la que supuestamente pertenezco… Pues no, ni lo uno ni lo otro. Isaac Rosa contextualiza parte de la historia en la época de crisis actual, algo que, en principio, podría llamar nuestra atención. Pero la cosa se estropea desde el capítulo uno, con el añadido de una prosa repetitiva hasta el hartazgo -estilo que ya practicó el autor en El país del miedo-. Los protagonistas son un grupo de jóvenes que se casan, pagan hipotecas, tienen hijos, unas veces son despedidos del trabajo, otras veces tienen que ocuparse de un padre enfermo, etc.; y lo pasan taaaaan mal, se sienten taaaaan perdidos y taaaaan desgraciados, que, en lugar de ser valientes e intentar resolver sus problemas, o ser fuertes y continuar adelante, se refugian en “la habitación oscura”, un lugar que crearon cuando eran veinteañeros y se reunían en un local alquilado, una habitación totalmente tapiada a la que acudir cuando las circunstancias los superan, para: o tener sexo anónimo (zona central del cuarto) o estar solo y acurrucarse en un rincón (lo de estar solo es un decir, pues siempre hay otros al mismo tiempo que han elegido la primera opción). Esto es La habitación oscura. Y no hay más. Bueno, sí, al final hay un poco de intriga: piratas informáticos, venganza contra el sistema, pervertidos peligrosos... Pero, vamos, este añadido, salvar la novela, lo que se dice salvarla, pues no.

Una pena en observación, de C. S. Lewis. De este escritor sólo había leído las Crónicas de Narnia, y hace muchísimos añosUna pena en observación es una obra muy breve en la que Lewis reflexiona sobre el dolor tras la muerte de su esposa, y el autor consigue en pocas páginas mezclar sus emociones con un lúcido análisis del sufrimiento por la pérdida del ser amado.

Después del terremoto, de Haruki Murakami. Ya era hora de leer a Murakami y, antes de atreverme con Kafka en la orilla o Tokio Blues, he decidido empezar por sus seis relatos reunidos bajo este título. Todos ellos tienen la misma referencia temporal, pues transcurren poco después del terremoto que asoló la ciudad japonesa de Kobe en 1995, y el seísmo se acaba convirtiendo en elemento central de cada uno de los cuentos. Destaco tres de ellos: “Paisaje con plancha” “Rana salva Tokio” y “La torta de miel”.

El malentendido, de Albert Camus. No adelantaré nada, salvo que la genialidad de este autor llega a todos los géneros. Recomiendo, además de su lectura, asistir a la  a la representación teatral de esta obra.

La nieta del señor Linh, de Philippe Claudel. Es la historia de un anciano que se ve obligado a abandonar su país con su nieta, después de perder en la guerra a toda su familia. El señor Linh llegará con el bebé a una tierra desconocida, donde sólo encontrará un amigo, cuyo idioma no comprende, pero con el que se comunica sin palabras. Se trata de un relato tremendamente triste, contado con una extraordinaria sencillez y con un final inesperado (o no).



     Vi, de Nikolái Gógol y La Navidad para un niño en Gales, de Dylan Thomas, forman parte de la colección de Nórdica Ilustrados el Wakefield que he leído también, por cierto–  y resulta que hay días que me levanto con ganas de dibujitos. Vi, de Gógol, es uno de los relatos más originales y menos conocidos del escritor; de éste ya me fascinaban sus Historias de San Petersburgo, así que encontrar y leer un cuento de vampiros de la tradición ucraniana el autor era de Ucrania, aunque escribía en lengua rusa  narrado a través de sus palabras ha sido maravilloso. De Dylan Thomas no había leído nada (una no es perfecta), pero al ver un cuentecillo navideño del autor con ilustraciones no pude resistir la tentación; al final ha valido la pena esta historia de corte poético en la que creemos ver al propio Dylan de niño, teniendo en cuenta que la vida del escritor está profundamente relacionada con su prosa y su poesía. A estos dos títulos he de añadir El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos, también de Nórdica Ilustrados (cuánta publicidad), que reúne cuentos de Zola, Twain, Kipling y Saki protagonizados por -sí, lo habéis adivinado- lindos mininos; Tobermory, de Saki, el mejor de todos.




Días sin hambre, de Delphine de Vigan. “Si no piensas, todo va bien”, dice uno de los personajes de esta historia a la protagonista. Y tiene razón. A veces, no hay otro camino.  Lo que se narra en esta obra es la última parte de una experiencia muy dura y muy difícil de superar, de esas que te dejan secuelas que, aunque estén muy escondidas, pueden aflorar en cualquier momento. Novela no apta para los que carezcan de empatía.

Y finalmente, aunque de las lecturas de este bimestre faltan algunos títulos (poesía y alguna novela más, creo recordar), no puedo dejar de nombrar las mejores obras, que, además de El malentendido, son: La felicidad conyugal, de Lev Tolstói; Si esto es un hombre, de Primo Levi; y La figura de la alfombra, de Henry James. Estas cuatro obras son las que recomendaría sin dudar, de todas las que he nombrado.


6 de septiembre de 2013

A PARTIR DE AQUÍ, MONSTRUOS



Lector, cuidado. Ten cuidado, porque si sigues leyendo esta entrada puede que mis palabras te lleven hacia el libro del que voy a hablarte. Y, como reza el primer capítulo del mismo: “A partir de aquí, monstruos”.

Este libro no habla del miedo, sino de sentimientos que van más allá del terror, y de lo que queda después de emprender ese viaje sin retorno. El autor, Sergio del Molino, está instalado en “una hora violeta” para siempre, durante el resto de su vida, o de su no-vida, condenado a un abismo infinito. Porque… ¿qué queda de ti cuando pierdes la carne de tu carne?




He leído "La hora violeta" a lo largo de una noche y al día siguiente he ido al trabajo con los ojos hinchados, no por la falta de sueño, sino por las lágrimas derramadas ante la descripción de uno de los mayores horrores que puede sufrir un ser humano. En esta novela de no ficción (o novela basada en un hecho real, o memorias, o qué sé yo), Sergio del Molino nos narra el último año de la vida de Pablo, su hijo, que murió víctima de un grave tipo de leucemia a punto de cumplir dos años. Y lo hace con una sencillez y una sinceridad que abruman, sin omitir sentimientos de pánico, angustia y desesperación, y al mismo tiempo sin caer en sensiblerías ni sensacionalismos. 

Olvidaos de artificios narrativos y florituras literarias. Con una prosa natural y sobria, pero no exenta de guiños poéticos, con un modo de relatar muy directo que nos recuerda la profesión del autor -periodista-, esta historia intenta ser el testimonio de lo que significa perder a un hijo (si es que esto se puede describir de algún modo, yo no podría). Y entre las risas de Pablo y el terror de sus padres, entre hospitales, quimioterapia, transplante de médula, llantos y dolor, mucho dolor, el autor ofrece respiros al lector a modo de banda sonora (las referencias musicales son muy numerosas) y salpicando el texto de reflexiones metaliterarias que culminarán con un magnífico análisis de la obra “Mortal y rosa” de Francisco Umbral.

        PEGAS: 1) el dolor de la madre apenas se vislumbra (la historia es narrada en primera persona y es el tormento del padre el que lo domina todo); 2) el autor se podría haber ahorrado dos escenas: el sufrimiento de su hijo cuando deben bajarle la fiebre con gasas empapadas en agua fría y su pataleo desesperado para no tomar los fármacos prescritos después del transplante.

            No hace falta que diga mucho más. Solo que a veces no hay que acudir  a la LITERATURA para que las palabras te desgarren el alma. Por lo tanto, mi recomendación es que no leáis el libro. 

 Si Pablo fuera mi personaje no habría muerto. […] Si yo pudiera inventarme esta historia, comeríamos tantas perdices que nos saldrían picos y alas. […] 
              Pero esta historia la han escrito otros por mí. Yo solo la estoy llorando.