30 de abril de 2013

GRACIAS, MR. WILDER



         Cuando en 1993 Fernando Trueba recogió el Oscar por su película Belle Époque dijo unas palabras que han quedado en la memoria de todo cinéfilo: "Me gustaría creer en Dios para agradecérselo. Pero solo creo en Billy Wilder, así que, gracias, Mr. Wilder".

Yo también doy las gracias a Billy Wilder, gracias por reconciliarme con la vida. Porque eso es lo que consigue este gran narrador fílmico cada vez que veo alguna de sus películas. Tienes un mal día, estás enfadado con el mundo, sientes que estás viviendo "un cuento narrado por un idiota"… y entonces, si tienes la suerte de apreciar el cine de verdad -y, por ende, conocer algunas películas buenas, entre ellas las de Wilder- recurres a la medicina del séptimo arte. En poco más de una hora habrás generado las endorfinas suficientes para ver la realidad con otros ojos (y no me refiero a reír a carcajadas). Quien haya pasado una noche de sábado viendo Con faldas y a lo loco (1959), El apartamento (1960), o Irma la dulce (1963) sabe lo que quiero decir. 

Al hablar de las comedias de Wilder no estamos refiriéndonos a comedias al uso, sino a historias tragicómicas contadas a través de la mirada cáustica e incisiva del cineasta, llenas de diálogos ingeniosos y agudos, y que, en muchos casos, son realmente dramas agridulces en los que quedan reflejados los pecados de la sociedad occidental. Y así, plasmando en la gran pantalla las luces y sombras del ser humano, este director y guionista nos ha legado algunas de las mejores películas de la historia del cine.

No olvidemos, por otro lado, que su talento le hizo brillar en todos los géneros cinematográficos, creando también obras destacadas del cine negro como Perdición (1944) o Testigo de cargo (1957), así como películas tristes y pesimistas como El crepúsculo de los dioses (1950) o Fedora (1978), que también hay que visionar. 

Lo que más me gusta de este extraordinario realizador: sus guiones geniales, la creación de los personajes, su sentido del ritmo, la dirección magistral de los actores. Su gran maestro fue Ernst Lubitsch; de hecho, en el despacho de Wilder había un cartel que rezaba: "¿Cómo lo haría Lubitsch?". Nacido en Austria en 1906, su verdadero nombre era Samuel Wilder, aunque desde niño lo llamaron Billy debido a su afición por la figura de Buffalo Bill y el western. En Berlín empezó a escribir guiones para el cine germano; sin embargo, pronto se vio obligado a emigrar huyendo de la barbarie nazi -era de ascendencia judía-, primero a Francia, y posteriormente a Hollywood, donde escribiría sesenta películas y dirigiría veintiséis, la mayoría obras maestras. Yo no las he visto todas, ni mucho menos, pero nadie es perfecto. Seguiré a la busca y captura de DVD´s, porque si espero a que las emitan por televisión…

En el programa Días de cine han dedicado alguna sesión a Billy Wilder y a su filmografía. Recordarlo es siempre un pequeño homenaje y un modo de acercarlo a futuros cinéfilos. Aquí tenéis los enlaces:


Existe, además, un documental muy interesante titulado Y Dios creó a Billy Wilder, que repasa su vida y obra y que incluye intervenciones del propio cineasta, así como de los actores Jack Lemmon y Walther Matthau. Dejo aquí el vídeo de la primera parte:




12 de abril de 2013

CHÉJOV: LO SENCILLO Y LO SUBLIME



Una tarde cualquiera de primavera, mientras paseaba por las calles absorta en mis preocupaciones, una mariposa revoloteó a mi alrededor. En ese momento se unió la melancolía de mis pensamientos con la belleza del aleteo de la mariposa, y me pareció un instante mágico, siendo tan sencillo, espontáneo y natural (imagino que con un abejorro no habría sido igual, jeje). Casi nunca, en la vida cotidiana, me paro a observar las cosas hermosas que me rodean, tonta de mí, pero están ahí; por suerte, en la literatura esto sobreviene sin más, así como en otras manifestaciones artísticas a las que también soy aficionada (música, cine...). Recordando, días después, cómo me había sentido, vino a mi mente un escritor cuyos relatos me han suscitado siempre emociones semejantes: Chéjov. 

Anton Chéjov es uno de los autores esenciales en mi vida. Y, a lo largo de los años, he conocido a personas para las cuales también es un escritor fundamental. Dicen que las casualidades no existen… 

Leyendo sus obras (escribió relatos, novelas cortas y teatro) he vivido algunos de mis momentos más felices. Cuando siento el llanto de unos personajes desafortunados, sufriendo por los sinsabores de su existencia; o vivo su alegría e ilusión ante un horizonte maravilloso; o me muestran, a través de sus emociones, aspectos de la vida que yo desconocía hasta entonces… es en esos casos cuando entran a formar parte de mí y ya no me abandonan nunca. Y en ello creo que reside lo sublime de la literatura. Chéjov desencadena todo eso y mucho más que no sé expresar con palabras; me siento identificada con muchos de sus relatos, y no sólo me ocurre a mí, también a personas muy queridas que el destino ha puesto en mi camino.

Máximo Gorki decía que en presencia de Chéjov “todos sentían un deseo inconsciente de ser más sencillos, más sinceros, más ellos mismos”. Y ahí parece radicar el genio del escritor. A través de una prosa elegante, depurada y sencilla, nos sumerge en historias que nos resultan tan familiares…: la angustia de Nadia en “La novia” ante un futuro gris e insustancial, antes de tomar una decisión que cambiará su vida para siempre; la infelicidad de Ana en “La dama del perrito” -Nunca he sido feliz, pero ahora lo soy menos todavía… Y nunca, nunca seré dichosa, ¡nunca!-; las esperanzas de Riábovich en “El beso”, después de vivir ese instante misterioso y fascinante; la tristeza y la desolación de Marusia, la princesa enferma y enamorada de "Flores tardías"; o el vacío de Olenka en "Almita", cuando no tiene a nadie a quien amar… Son criaturas en las que es fácil reconocerse, más allá del espacio y del paso del tiempo (la Rusia decimonónica). El dramaturgo y cuentista ruso era alegre y optimista, con una actitud abierta y tolerante ante la vida, de ahí que no emita juicios morales en sus obras, y dé cabida a todo y a todos: las mujeres, los campesinos, los niños, los intelectuales, los animales... Recogió toda la variedad de la vida y lo hizo de manera clara y comprensible. 

          Soy reacia a sugerir autores u obras, pero a Chéjov hay que leerlo. Haced caso, al menos, a Vladimir Nabokov, que él sí que sabía: Yo recomiendo vivamente tomar cuantas veces sea posible los libros de Chéjov [...] y leerlos como deben ser leídos, soñando a su través. En una era de fornidos Goliats viene muy bien leer cosas sobre Davides delicados. Esos paisajes desnudos, los sauces secos al borde de los caminos tristes y enlodados, los grajos grises que aletean sobre cielos grises, el súbito tufillo de un recuerdo asombroso en un rincón extrañísimo: toda esa vaguedad conmovedora, toda esa debilidad hermosa, todo ese grisáceo mundo chejoviano es algo que vale la pena atesorar frente a la luz cegadora de esos otros mundos fuertes, autosuficientes, que nos prometen los devotos de los estados totalitarios.

Elvira Lindo escribió un magnífico artículo titulado “Por qué queremos a Chéjov”. En él cuenta anécdotas muy interesantes de la vida y muerte del escritor y nos revela algunos matices sobre su obra. Dejo aquí el enlace: http://elpais.com/diario/2010/08/21/babelia/1282349535_850215.html. Espero que disfrutéis. Y sigamos amando a Chéjov por los siglos de los siglos.

7 de abril de 2013

AULLIDO



Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura…


Lo leí y me atravesó el alma, las entrañas. El poema Aullido, de Allen Ginsberg, es oscuro y es genial, “una bomba de tiempo emocional”, en palabras del propio escritor, capaz de golpear las conciencias en todas las épocas

Y lo que me faltaba para perder la razón es descubrir hace poco la edición ilustrada del poema, con los dibujos del artista "underground" Eric Drooker. ¡Ay, ay, ay! Cada día, durante toda la semana, lo he leído mientras contemplaba las ilustraciones, y no puedo dejar de hacerlo, pero mis vacaciones se acaban…




       La obra de Ginsberg pone de manifiesto que la belleza también emerge en la representación del lado oscuro de la condición humana: la marginación, la soledad, la desesperanza, la deshumanización de la sociedad, el abuso de las drogas y del sexo... Y el estilo del escritor a la hora de componer ayudaba a ello; de hecho, con Aullido se inició un cambio en la poesía, e incluso en la literatura norteamericana, marcando el paso a un nuevo modo de escribir, “la escritura de la mente” -"la mente es la belleza de la forma", diría Kerouac-, y coronando a su autor como icono del movimiento beat. 
 
El poema fue inmediatamente prohibido tras su publicación en 1956, pues la crudeza de su lenguaje podía herir la sensibilidad de los lectores norteamericanos... Afortunadamente, la prohibición fue anulada poco después por un juez con sentido común.
 
La presentación de Aullido en forma de novela gráfica es un regalo maravilloso a los lectores, a muchos de los cuales nos hubiera gustado presenciar la declamación de estos versos por parte de su autor la noche del 7 de octubre de 1955 en San Francisco, la famosa noche del “Renacimiento Poético”.

Eric Drooker ya había colaborado con Allen Ginsberg en 1996, poco antes de la muerte del escritor, en Poemas Iluminados. Se habían conocido en 1988, en las calles de Nueva York, cuando Drooker era un artista callejero, y, desde entonces, la admiración entre el poeta y el dibujante fue mutua, dando la colaboración entre ambos un magnífico resultado. Las imágenes fantasmagóricas del artista ilustran con extraordinario acierto el texto, ayudando a sumergirnos en el poema: en los inframundos urbanos de seres marginados, en la ciudad encarnada por Moloch (divinidad adorada por los fenicios), llena de rascacielos demoníacos y travesías monstruosas... Y, entre pasaje y pasaje, aparece Ginsberg convertido en ilustración, siendo el primer dibujo del libro una imagen del escritor inspirada en una fotografía hecha en 1955 mientras mecanografiaba el manuscrito de Aullido.

Solo puedo prestar el libro a los que tengo cerca, pero dejo aquí un vídeo con una parte del cortometraje animado que realizó Eric Drooker en 2006 (cortometraje en el que se basa la edición a la que hago referencia), y con una escena final perteneciente la película Aullido en la que se recrea la lectura pública que hizo Allen Ginsberg. En el vídeo se presenta un fragmento de la segunda parte del poema, titulada "Moloch", parte inspirada, por cierto, en una visión causada por peyote:





Y, aunque pueda parecer lo contrario, si os animáis a leer el poema completo, comprobaréis, finalmente, que Ginsberg confiaba en la bondad y solidaridad del ser humano: 

Santa la sobrenatural extra brillante inteligente bondad del alma.


P. D. ¿Por qué no publican El cuervo, de Edgar Allan Poe, ilustrado? Sería otra obra de arte que añadir a nuestras bibliotecas.