25 de febrero de 2013

INTRUSO EN EL POLVO



El año pasado se cumplieron cincuenta años de la muerte de William Faulkner. Una de las cosas buenas de este tipo de conmemoraciones es que las editoriales se animan a publicar obras inéditas o a reeditar libros descatalogados, y así lo ha hecho Alfaguara, que se ha sumado a este cincuentenario con la publicación de una de las obras menos conocidas del autor, Intruso en el polvo.




Curiosamente, el título Intruder in the dust fue mal traducido al castellano en un primer momento, como señaló Juan Carlos Onetti en 1991 en un artículo titulado “Incursiones en Faulkner”. Parece ser que el término “dust” debió ser interpretado como “lucha”, pero el traductor se quedó con la primera acepción que aparecía en el diccionario. Y el título de esa traducción al castellano se ha mantenido hasta hoy, siendo Onetti el único que ha protestado: […] lo que quiso decir Faulkner en el título y en el texto fue que el norte no debía intervenir en el problema blanco-negro del sur del país. Prometió, sin mayor esperanza, que algún día o año situado en el infinito, los blancos y los negros sureños darían fin a sus diferencias y todo terminaría en un fraternal abrazo, final feliz.

Esta novela de corte policíaco fue publicada por primera vez en 1948 y es una obra menor dentro de la novelística del escritor sureño. Sin embargo, a través de una trama aparentemente simple se despliega la prosa de Faulkner, con una técnica narrativa no tan laberíntica como la de sus libros más complejos, pero sin abandonar su peculiar y poderoso estilo. Como introducción a la obra de Faulkner sigo prefiriendo El villorrio, ya que es una de sus novelas de construcción más sencilla, pero también es buena elección adentrarse por primera vez en su universo narrativo con Intruso en el polvo, pues la trama detectivesca ayuda a seguir la prosa faulkneriana.

La historia se sitúa en Jefferson, capital del condado de Yoknapatawpha, ese lugar imaginario donde ocurre casi todo lo que escribió Faulkner, lugar del que el autor incluso llegó a hacer un mapa declarándose su único dueño y que se basa en la zona del sur profundo de Estados Unidos donde nació, vivió la mayor parte de su vida y compuso sus obras. Faulkner fue acusado de provinciano debido al escenario limitado de sus novelas y relatos; el autor respondía a eso diciendo que su intención nunca fue escribir dramas locales: simplemente utilizaba el sitio que tenía más a mano y conocía mejor. Y en esa región, llena de envidia, de odio y de prejuicios raciales, sus personajes terminan por adquirir un carácter legendario, alzándose como símbolos de conflictos eternos de la condición humana.

La novela se inicia con la detención de un anciano negro, Lucas Beauchamp, acusado del asesinato de un hombre blanco. Lucas es descendiente de esclavos y de blancos; es solitario y arrogante, y destaca por su independencia e individualidad dentro de esa comunidad. Frente a él tenemos al abogado Gavin Stevens, personaje recurrente en las novelas y relatos de Faulkner (El villorrio, La mansión, La ciudad, Gambito de caballo), que se convierte en portavoz moral del autor. Este abogado, ayudado por su sobrino Chick, el único a quien Lucas confiesa la verdad, y Aleck Sander, un adolescente negro, a quienes se suma la señorita Habersham, una solterona de setenta años perteneciente a una arraigada familia sureña, lucharán por demostrar la inocencia de Beauchamp, enfrentándose a una muchedumbre que quiere lincharlo.

Respecto a la técnica narrativa, el autor recurre a un narrador omnisciente, pero añade una peculiaridad, pues focaliza la historia en un personaje adolescente; en este caso, este papel es desempeñado por Chick, el sobrino de Stevens. Pero Faulkner no relata a través de la mirada inocente de un muchacho: en primer lugar, porque los muchachos de Faulkner no tienen esa mirada; y, en segundo lugar, porque el autor no nos muestra lo que el chico ve y siente, sino que narra sin abandonar la omnisciencia y su poderosa voz termina por silenciar la de sus personajes.

En general, Intruso en el polvo resulta interesante en cuanto narración detectivesca, aunque por momentos puede resultar confusa, pues en ocasiones no sabes exactamente lo que te está contando el narrador y tienes que leer dos veces el mismo e interminable párrafo, debido a las largas digresiones -algo propio del estilo del autor, al fin y al cabo-. Pero superado este escollo inicial, la fuerza del lenguaje de Faulkner nos arrastra a través de la historia de unos personajes cuyo futuro está dictado por su pasado, como en todas las obras del escritor: “Ayer no terminará sino mañana”. Inmortales palabras que dominarán todo este trágico universo.

11 de febrero de 2013

SI MI BIBLIOTECA ARDIERA ESTA NOCHE



Buscando y rebuscando en los catálogos de las editoriales, he encontrado una joya literaria de esas que me hacen preguntarme: ¿cómo es posible que no la haya descubierto antes? La joya en cuestión es una selección de los ensayos escritos por Aldous Huxley, publicada por la editorial Edhasa con el título Si mi biblioteca ardiera esta noche. Ensayos sobre arte, música, literatura y otras drogas



La faceta de ensayista de Aldous Huxley es menos conocida que sus novelas y ha sido injustamente eclipsada por ellas. De hecho, el escritor fue uno de los pensadores más brillantes del siglo XX, con unas extraordinarias dotes para analizar la realidad y anticipar problemas a los que los seres humanos nos  tendríamos que enfrentar con el devenir de los años. Asimismo, el autor abarca en sus  escritos una variedad temática y expresiva  que evidencian su gran formación intelectual y su profundo conocimiento del mundo en que vivía: política, economía, arte, literatura, música, o materias no tan elevadas, como las drogas. En este sentido, el escritor y crítico Clive James señaló que Huxley  representaba a mediados del siglo XX “el mito del hombre que lo sabía todo” y que leer sus ensayos “es como inscribirse en la universidad soñada”.

El ensayo que da título a esta selección, Si mi biblioteca ardiera esta noche, forma parte de una serie de escritos sobre literatura en los que Huxley nos habla de autores fundamentales como Proust o Balzac; reflexiona sobre el genio artístico, intelectual o práctico; analiza la relación entre ficción y realidad; o nos plantea los problemas a los que se enfrenta el lector en el siglo XX y que se han multiplicado en el siglo XXI.
Respecto a las dificultades con las que se encuentra el lector actual, hay una cuestión que siempre me ha obsesionado: hay muchos libros y muy poco tiempo, y ante esto necesitamos una guía para saber qué escoger, sobre todo los que somos adictos a leer cualquier cosa, sin distinción de géneros, temas, autores o campos del saber. En ensayos como Demasiados libros y La lectura, el nuevo vicio,  el autor reflexiona sobre este hecho, del que fue consciente ya en los años treinta del siglo pasado, y del que los lectores de la actualidad damos fe: la carga de conocimientos de todo tipo (científicos, literarios, históricos, etc.) y la dificultad para abarcarlos.
Los cien mejores libros es una crítica a una lista de sugerencias de lecturas publicada en esos años para servir de canon a los estudiantes, lista en la que faltaban obras imprescindibles para formarse una visión adecuada de determinadas épocas de la historia o aspectos de la realidad, y en la que se olvidaba por completo la literatura filosófica.
Por suerte, el escritor llega en auxilio de los lectores con su ensayo Si mi biblioteca ardiera esta noche, hipotética situación que se imagina para nombrar a los autores que deberían ser repuestos de inmediato (curiosamente, quince años después de escribir este artículo, la biblioteca de Huxley fue pasto de las llamas). Por lo visto no ando tan desencaminada en la elección de mis lecturas, ya que tengo en mi biblioteca casi todos los escritores citados, y lo que es más gratificante, los he leído; aunque quizás Huxley me echaría un rapapolvo por el hecho de que mis estanterías y mi mente no atesoren suficiente literatura filosófica, precisamente lo que tanto le dolía de la nefasta lista de la que habla en Los cien mejores libros. Intentaré remediarlo cuanto antes (al menos he leído a su admirado Montaigne).

La selección de ensayos sobre drogas incluye Un mundo feliz revisitado, Drogas que moldean la mente de los hombres, Un tratado sobre las drogas y Extracto de opio.
En el primero, Un mundo feliz revisitado, el autor repasa los hechos narrados en su novela que no han acabado dándose en la vida real y aquellos que sí. Resulta inquietante comprobar lo que se ha cumplido: compara la sustancia llamada Soma, que toman los habitantes de Un mundo feliz, con los antidepresivos; nos habla del uso de la psicología aplicada por los gobiernos totalitarios; y nos advierte que los principios del condicionamiento infantil y de la “hipnopedia” (enseñanza mediante el sueño) no tardarán en ser utilizados por dichos gobiernos. El escritor alerta a los lectores de que los instrumentos psicológicos, químicos y tecnológicos que ya existen (y desde que escribió el artículo hay muchísimos más), utilizados por una oligarquía aparentemente benigna -los tiranos de Un mundo feliz son benevolentes, pero tiranos al fin y al cabo-, pueden llevarnos a permanecer en un sometimiento “permanente y voluntario”.
Realmente Huxley se adelantó a su tiempo. ¿Acaso no se ha cumplido esto en cierta medida ochenta años después? Puede que no nos dominen todavía mediante el tipo de mecanismos descritos en Un mundo feliz, pero vivimos sometidos al yugo del poder, del dinero y del consumo; residimos en el estado del bienestar (bueno, ahora no tanto) donde los políticos y los bancos dictan las leyes y las normas que rigen la sociedad, pretendiendo que creamos que todo lo que hacen es en beneficio de unos ciudadanos bien adoctrinados: no pensar, confiar en los bancos, creer en los políticos, adquirir bienes… Dadas las circunstancias actuales, estamos despertando, pero ¿qué podemos hacer para solucionar la situación? Estamos sometidos a las decisiones del partido que gobierna porque la mayoría lo ha votado voluntariamente, algo que también se podría calificar de “sujeción permanente y voluntaria”. El sistema lograría funcionar si las personas que acceden al poder fueran honestas y competentes, pero ¿realmente lo son? Tenemos motivos para pensar lo contrario. En cualquier caso, no debemos quejarnos, porque si nos sentimos desbordados ante lo que nos ha tocado vivir, siempre está el psiquiatra para recetarnos la píldora de la felicidad. Como dice Huxley, “que el cielo nos ayude”.

En otros escritos el ensayista compara la ebriedad y el estado al que lleva el consumo de drogas con la búsqueda de experiencias místicas y explica el porqué del abuso de este tipo de sustancias: la necesidad del ser humano de escapar de la realidad cuando esta se vuelve desagradable. La única vía para que hombres y mujeres  no tomen alcohol en exceso o se vuelvan adictos a las drogas es, según el autor, “brindarles un reemplazo eficiente y cabal para estos venenos deliciosos y -en el actual mundo imperfecto- necesarios. El hombre que invente tal sustancia”-añade Huxley- “será considerado uno de los grandes benefactores de la sufrida humanidad”. Me atrevo a proponer un medio que no tiene efectos negativos y está al alcance de todos: la lectura. ¿Hay algo mejor para escapar de una realidad que no nos gusta?

Respecto a los ensayos sobre arte y música, estos son una muestra más de la erudición de Huxley. Fue un crítico de arte extraordinario, y sus conocimientos sobre música  estaban a la altura de los literarios. Para los profanos en la materia es de una ayuda inestimable esta pequeña selección y, si queremos ampliar nuestro bagaje cultural después de terminar sus ensayos, aquí está el autor para aconsejarnos qué libro sobre música leer.

En definitiva, recordemos uno de los problemas que Aldous Huxley nos plantea, la sobrecarga de todo tipo de conocimiento e información que hay en la actualidad; pues bien, la lectura de sus ensayos puede ayudarnos, de un modo sencillo y ameno, a ser un poco más sabios y a comprender mejor el mundo en que vivimos.