9 de enero de 2013

EL LARGO CAMINO A ÍTACA



Cuando leí la Odisea por primera vez tenía veintiún años y entonces no imaginaba que se acabaría convirtiendo en una de las obras que marcarían mi vida. A lo largo de los años, la historia del viaje de Ulises de vuelta a su hogar ha salido a mi encuentro en numerosas circunstancias sin pretenderlo, sin buscarlo. Estas casualidades y la relectura del libro han hecho que poco a poco haya ido comprendiendo el alcance de su significado.

       Para los que no lo sepan, la Odisea, la epopeya atribuida al poeta griego Homero, narra el viaje que emprende Ulises (Odiseo) de regreso a su tierra, Ítaca, al finalizar la guerra de Troya, una larga travesía a lo largo de diez años. Gracias a esta obra, el término odisea significa “viaje largo lleno de hechos adversos y de dificultades que pasa una persona para conseguir un fin determinado”.





La alegoría central de esta epopeya es la negativa de Ulises a morir al final del período que le corresponde, es decir, la resistencia del rey a morir al término de su reinado. A partir de aquí, todas las aventuras vividas por el personaje a lo largo del viaje de regreso a Ítaca son su rechazo constante de la muerte. De hecho, ya la elude cuando es herido por un jabalí al alcanzar la mayoría de edad, conservando la cicatriz en el muslo como señal de haber burlado al destino. Pero el viaje de Ulises es mucho más que esto.

El largo viaje de Ulises es una búsqueda, la búsqueda de su hogar y de su familia, pero también una exploración de su propia identidad, una búsqueda que lo lleva al conocimiento de sí mismo. Además, su viaje es la restauración de un orden ideal anterior, la recuperación de un pasado perdido. Cuando Ulises triunfa sobre sus enemigos restaura una sociedad en la que se reconocerá su verdadera identidad. 

         Sin embargo, el Ulises que llega a Ítaca como un viejo mendigo, irreconocible para todos, ya no es la misma persona que el Ulises que partió rumbo a Troya. Ha superado pruebas, soportado reveses y aprendido lecciones, lo que le ha hecho evolucionar. El único reconocimiento inmediato y espontáneo es el del perro Argos, como si la continuidad del individuo se manifestase solamente a través de señales perceptibles por un animal. Las pruebas de su identidad son para la nodriza la cicatriz de la dentellada del jabalí, para su mujer el secreto de la fabricación del lecho nupcial con una raíz de olivo, para el padre una lista de árboles frutales, señales todas que nada tienen de realeza y que equiparan a un héroe con un hombre cualquiera. A estas señales se añaden la fuerza física, una combatividad despiadada contra los enemigos, y, sobre todo, el favor evidente de los dioses, que es lo que convence también a Telémaco, pero solo por un acto de fe.

Por otra parte, mientras Ulises realiza el viaje de regreso a Ítaca, Telémaco busca a su padre, búsqueda que le sirve al hijo para encontrar su propia identidad. La diosa Atenea se ocupa de prepararlo para la próxima reunión de la familia; adopta un aspecto masculino para encontrarse con Telémaco y le anima a indagar acerca del paradero de su padre. Telémaco parte en un viaje de iniciación acompañado por Atenea, que ha adoptado la figura de un amigo de la familia, Mentor. Con esta apariencia permanece siempre a su lado, apoyándolo continuamente con consejos y acciones. Por eso en nuestros días, a un consejero bienintencionado se le llama mentor.

        Italo Calvino dijo que hay muchas odiseas en la Odisea. Y el significado último de esta epopeya siempre nos llevará a identificar el viaje de Ulises con nuestras propias vidas. Recordemos el hermoso poema Ítaca, del poeta alejandrino Konstantinos Kavafis, que nos canta ese viaje al conocimiento de sí mismo que emprende Ulises en el camino de regreso a casa, y cada uno de nosotros, a lo largo de la vida.

ÍTACA

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti. 


Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios. 


Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Ítaca te enriquezca. 


Ítaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte. 


Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Ítacas.


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