12 de junio de 2013

CARTA A UNA JOVEN ESCRITORA



Leí tus palabras por primera vez con solo trece años, la misma edad que tenías tú cuando empezaste a escribir. Hoy, veinte años después, las releo con mis alumnos y los recuerdos me golpean con fuerza. En sus caras veo a la niña que fuiste y a la niña que fui, todos atentos a las páginas del libro, deseando descubrir qué ocurrirá, cuál será el desenlace de tu historia. 

Tu sueño era ser escritora y lo conseguiste, a pesar de que te arrebataron la libertad, y posteriormente la vida; pero tu extraordinario potencial literario y humano acabó por desplegarse antes de morir cuando aún no habías cumplido los dieciséis años. Pronto descubriste el poder de la palabra escrita, lo que, unido a tu talento y perseverancia, daría lugar a una obra considerada un mensaje universal de valentía y esperanza, que te ha convertido en un símbolo de tolerancia, optimismo y ganas de vivir.

Querías transformar tus páginas en una novela y muchas veces imagino todas las que habrías escrito, todo lo que habrías creado, si el odio de otros seres humanos no te hubiera despojado de tu futuro. “Figúrate lo interesante que sería que yo publicase una novela […]”, le comunicabas a tu amiga epistolar. Inventaste una amiga a la que dirigir tus escritos porque la necesitabas y la hiciste receptora de tu obra más importante: “Qué ganas tengo de mantener correspondencia con alguien […].  Así que ahora voy a escribir en forma de carta, por lo que en definitiva el resultado será el mismo”. Todavía recuerdo el día que decidí empezar a escribir mis redacciones de clase de la misma forma que tú, imaginando una persona que no existía a la que dirigir mis escritos, y así hasta el día de hoy, que redacto este blog, con excepción de esta carta que no dedico a un amigo imaginario, sino a ti.

Tú te defendías de la soledad y del miedo con la fantasía y acabaste desplegando una creatividad sin límites, narrando con detalle y al mismo tiempo con amenidad. Poco a poco fuiste enriqueciendo tu vocabulario y refinando tu estilo a un ritmo inusual para un adolescente, y aprendiendo a observar y a trasladar al papel esas observaciones con precisión y naturalidad.

Sin embargo, la tarea de limitarte a plasmar la realidad pronto dejó de satisfacerte, así que, además de tus descripciones sobre el acontecer diario, comenzaste a crear narraciones cortas. Esto es algo que pocos saben: que también eres autora de una colección de cuentos. “He empezado […] a escribir un cuento, algo completamente inventado, y me ha gustado tanto que se me amontonan los hijos de mi pluma”. Y mientras mantenías tus otras anotaciones en riguroso secreto, con los relatos buscabas la cercanía de los demás, permitiendo que los leyeran o convirtiéndote en una cuentacuentos llena de gracia a la espera de una buena o mala crítica. 

Y, por supuesto, no podemos pensar en ningún escritor sin considerar las lecturas que hay detrás. “Loca por la lectura y por los libros”, con estas sencillas palabras describías tu pasión. Te sumergías en mundos ficticios para escapar de la realidad y experimentar la sensación de libertad que te negaba tu prisión: “La gente normal no se imagina lo que significa un libro para una persona encerrada”. Con tu desarrollo intelectual crecían tus exigencias literarias, cada vez leías más libros, muy diferentes y de distintos autores. Y con cada uno de ellos se ampliaba tu horizonte, se desarrollaba tu imaginación, aumentaban tus conocimientos y se conformaba tu propio estilo literario.

Descubriste la magia de la lectura y la escritura, una pasión que compartimos y que yo intento transmitir a mis alumnos cada día. Por eso a menudo suelo narrarles los libros que leía cuando tenía tu edad o la suya; es maravilloso observar sus caras cuando les cuento El conde de Montecristo, Rebelión en la granja, La llamada de lo salvaje o Moby Dick. Y, como no puede ser de otra manera, leemos juntos y escribimos juntos. Así que era inevitable que tarde o temprano llevara tu obra a clase; y sabía que les gustaría, pero no hasta qué punto tendrían éxito, no solo su lectura, sino también las actividades derivadas de ella. En un mes han aprendido más de ti, de tus escritos y de la época en que viviste, que en nueve meses de lecciones y apuntes.

Así pues, querida niña, quiero que sepas que has hecho más de lo que nunca imaginaste, has hecho mucho más que emocionar a millones de lectores a lo largo de varias décadas: haces que cada día, leyendo y corrigiendo las redacciones, artículos, cartas o relatos de mis alumnos, tenga la esperanza de que, tal vez, sentado en el pupitre que tengo frente a mí, haya un joven escritor ante el cual se abre un mundo lleno de posibilidades. Nunca se sabe.


P. D. La fecha de publicación de esta entrada en el blog, así como su forma epistolar (aunque carezca de saludo y despedida) no son casuales, sino que están relacionadas con la destinataria de la carta. Algunos adivinaréis de quién se trata en el primer párrafo, otros en el segundo. Espero que todos hayáis leído su libro; a los que no lo habéis hecho y no conocéis a ese manojo de contradicciones -“porque se me ha pasado la edad” suelo escuchar- os diré que... aún podéis remediarlo.


2 comentarios:

Ángela Gondo dijo...

¿Sabes que me han entrado ganas de volver a leer el Diario?

Las palabras son puente, salvavidas, ventanas en los muros...

Abrazos soñadora querida.

Marisa dijo...

Tu carta -y todas las actividades que has hecho- son un homenaje precioso a Ana Frank. Seguro que has despertado en más de un adolescente el deseo de escribir. Besos.