24 de enero de 2013

TIERRA DE BRUMAS

No hay lugar para la Muerte
ni átomo que su poder pudiese vaciar
porque tú eres Ser y Aliento
y lo que eres jamás será destruido.
                              Emily Jane Brontë
                                              (1818-1848)


El viento sopla con fuerza en el páramo durante una gélida noche invernal. En la última casa de un pequeño pueblo del norte de Inglaterra, cuatro hermanos, tres niñas y un niño, se reúnen junto al fuego para entretenerse creando mundos imaginarios, los reinos de Angria y de Gondal, con sus personajes y sus historias. Lo que las niñas no saben es que su juego de mundos inventados será el germen de las que habrían de convertirse en obras inmortales de la literatura universal. Esas niñas eran Charlotte, Emily y Anne Brontë.

En los desolados y solitarios páramos de Yorkshire transcurrieron las vidas de las hermanas Brontë, y apenas los abandonaron a lo largo de su existencia. Es cierto que Haworth, el pueblo donde vivieron hasta su muerte, no era un lugar completamente aislado, y ellas no fueron ajenas a los acontecimientos de su época. No obstante, la soledad caracterizaba esa tierra baldía, donde siempre soplaba un viento perturbador. Por eso resulta sorprendente que tres mujeres jóvenes, con muy pocas experiencias vitales, crearan novelas poderosas, violentas y llenas de rebeldía.



Su padre, Patrick Brunty, era un irlandés pobre, pero ambicioso y con mucho interés por la educación. En 1802 empezó los estudios de Teología en la Universidad de Cambridge y allí, influido por las lecturas clásicas, modificó el apellido familiar y lo convirtió en Brontë, que en griego significa “trueno”. Curiosa y simbólica decisión, teniendo en cuenta el destino de su familia.

En 1812 se casó con María Branwell, y tuvieron seis hijos, trasladándose toda la familia en 1820 a Haworth, en Yorkshire, donde Patrick consiguió un puesto de párroco permanente hasta su muerte en 1861. Y allí, en la rectoría, vivieron y murieron las hermanas. Todavía hoy se puede visitar la casa, un austero y sombrío edificio junto al cementerio. La primera en recorrer el camino hacia este último fue la madre, que, tras una larga agonía, murió de cáncer en 1821.




De manera que demasiado pronto quedaron los hermanos huérfanos de madre, y no parece que la carencia de ese amor maternal acertara a suplirla la tía Elizabeth, hermana soltera de María, llegada de Cornwall para atender a los niños Brontë. Las dos mayores, María y Elizabeth, no llegaron a mujeres, muriendo de tuberculosis a la edad de doce y diez años, tras contraer la enfermedad en la escuela de Cowan Bridge, un internado para hijas de clérigos. Patrick había mandado allí a sus cuatro hijas mayores, María, Elizabeth, Charlotte y Emily. Pero las condiciones de vida en la escuela eran terribles, llevando a la muerte a un gran número de alumnas: pasaban hambre y frío y sufrían castigos y humillaciones. La traumática experiencia de Cowan Bridge dejó en Charlotte, que entonces tenía ocho años, una huella para toda la vida, y años después reflejaría las duras condiciones de esa escuela en Jane Eyre, plasmando en el personaje de Helen Burns a su sensible y abnegada hermana mayor, María.

A partir de su salida de ese internado, las hermanas se educaron en Haworth. Charlotte, Branwell, Emily y Anne heredaron la pasión por el arte y la literatura de su padre, y éste alentaba, no solo en Branwell, sino también en las niñas, su amor por la lectura. Patrick no era, desde luego, un hombre convencional y se preocupaba por la educación de sus hijas. Las niñas recibían clases de su padre, debatían con él los asuntos de la actualidad, leían y escribían, sobre todo, escribían. Y así, frente al sufrimiento y la soledad, los niños Brontë se refugiaron en la fantasía. “Tan desesperanzador es el mundo exterior/ que aprecio doblemente el mundo interior”, escribiría Emily.

Crearon las crónicas de los reinos de Angria y de Gondal y escribieron varios números de una revista que incluía un comentario editorial, reseñas de libros, poemas originales suyos, adivinanzas, historias por entregas y comentarios sobre noticias, todo ello a escala reducida pero cuidadosamente encuadernado. Fuente de inspiración para estos pequeños escritores fueron, además de las lecturas de todo tipo y revistas de la época,  las historias que les contaba la vieja criada de la casa, Tabby, sobre fantasmas, duendes y hadas que habitaban los páramos, así como sobre las gentes de la zona. En Tabby seguramente se inspiraría Emily para crear a la principal narradora de Cumbres borrascosas, la criada Nelly Dean.

A la edad de quince años Charlotte pasó año y medio interna en un colegio, Roe Head, donde posteriormente, en 1835, se le ofrecería un puesto de profesora. Más tarde trabajó de institutriz, y viajó a Bruselas para perfeccionarse en el pensionado Héger, soñando con hacerse cargo de Roe Head como negocio propio. Emily llegó a pasar un breve periodo de tiempo con ella en la escuela y en el pensionado belga, pero echaba de menos su hogar y, tras el fallecimiento de su tía, ya no salió de Haworth. Anne también se educó en Roe Head durante un tiempo y trabajó varios años como institutriz.

En Bruselas, Charlotte se enamoró del director y propietario de la escuela, Monsieur Héger, pero éste estaba ya casado y además, no la correspondía en sus sentimientos. Y así, en enero de 1844, la joven volvió a casa destrozada física y emocionalmente, al mismo tiempo que se desvanecía la esperanza de abrir su propia escuela.

Por esa época, Charlotte descubrió los poemas que Emily había estado escribiendo y se le ocurrió publicar un libro de poesía conjunto de las tres hermanas, que aparecería editado en 1846 bajo los seudónimos de Currer, Ellis y Acton Bell, nombre ambiguos, ni masculinos ni femeninos, que mantenían sus iniciales. A partir de entonces, las novelas de las hermanas empezarían a ser publicadas, no sin dificultades, pero con un éxito inmediato. Y así, han llegado hasta nosotros Jane Eyre (1847), Shirley (1849), Villette (1853), y El profesor (1857), de Charlotte Brontë, Cumbres borrascosas (1847), de Emily, y Agnes Grey (1847) y La inquilina de Wildfell Hall (1848), de Anne.



           En estas obras quedaría reflejada la personalidad de las tres jóvenes escritoras. Charlotte era fuerte y rebelde, pero sumisa, reprimida y extremadamente tímida. No era físicamente agraciada, pero ella se consideraba repulsiva, mostrándose muy incómoda en sociedad a causa de su fealdad.  Este hecho era percibido por los que la conocían, como el escritor y amigo suyo William M. Thackeray, o su editor, George Smith, quien escribió en cierta ocasión: “Había poco atractivo femenino en ella; y de este hecho ella era incómoda y perpetuamente consciente… Creo que habría dado toda su genialidad y toda su fama por haber sido hermosa”1. Probablemente la conciencia de su falta de belleza fue la que la llevó a crear en Jane Eyre una heroína distinta de las hermosas protagonistas de las novelas de su época, una muchacha que destaca por su personalidad y no por su aspecto físico. Quizás Jane representa lo que Charlotte quiso pero no pudo ser, o la historia con final feliz que no pudo vivir.

Emily no era como sus hermanas. Era la más indómita y la más solitaria, introvertida, pero no tímida, y a la que más influyó la libertad e independencia del vasto paisaje en el que se crió. Alejarse de los páramos era insoportable para ella y su amor por estas tierras inhóspitas transmitiría a su obra una fuerza, originalidad y melancolía salvaje impresionantes. Su hermana Charlotte escribió: “Emily amaba los páramos. Flores más brillantes que la rosa florecían en lo más negro del brezal para ella; su mente podía convertir en paraíso una hondonada sombría de una lívida ladera. Hallaba en los desolados campos solitarios muchos y amados placeres; y no era el menor ni el menos grato de ellos la libertad”2. Un cautivador cuento titulado “Elinor”, de la escritora inglesa Charlotte Mew, inspirado en la figura de Emily Brontë, recrea la compleja personalidad que pudo tener esta escritora.



La pequeña Anne fue la más delicada de salud, dulce y seria, pero valiente, tenaz y decidida. Aunque no fue fácil para ella, se adaptó a la vida de la escuela de Roe Head, algo que Emily no pudo aguantar, y de las tres hermanas fue la que más tiempo resistió trabajando como institutriz. Las experiencias que la joven tuvo en este trabajo acabarían cristalizando en su novela Agnes Grey.

Las tres jóvenes tenían un talento extraordinario, pero a pesar de eso, Patrick Brontë siempre había tenido las esperanzas puestas en su único hijo varón, Branwell, a quien había preparado para una carrera de artista. Sin embargo, ese muchacho, criado entre niñas sabias e imaginativas, fue incapaz de ganarse la vida y acabó entregado a los excesos del opio y del alcohol, que terminarían por destruirlo.

Branwell nunca llegó a saber que sus hermanas habían publicado sus primeras obras. Murió de tuberculosis el 24 de septiembre de 1848, arrastrando con él a Emily, que, tras la muerte de su hermano, se negó a comer y a recibir al médico, falleciendo tres meses después. Cinco meses más tarde murió Anne, en Scarborough, donde Charlotte la había llevado, ya muy enferma, porque la joven quería ver el mar antes de morir.

Tras la pérdida de sus hermanos, Charlotte siguió escribiendo y volvió a enamorarse, sin esperanzas, de su editor, George Smith, que acabó casándose con otra mujer en 1854. Unos meses después, Charlotte contrajo matrimonio con Arthur Bell Nicholls, un joven sacerdote, ayudante de su padre, que la amaba apasionadamente. Pero la recién estrenada felicidad duró poco: la escritora enfermó estando embarazada, y murió el 31 de marzo de 1855.


Y así fue la vida de las hermanas Brontë, una oscura y trágica existencia marcada por el dolor y llena de deseos insatisfechos, a los que dieron cauce a través de sus obras, creando una leyenda que sigue hoy misteriosa y viva para los lectores de todo el mundo.

Yo tenía quince años cuando cogí prestado un libro de la biblioteca de mi abuelo. Esa obra era Jane Eyre y ya nunca se la devolví. Desde entonces he leído todas las novelas de las Brontë y algunos de los poemas de Emily (todavía no he encontrado una edición de su poesía completa en castellano). Y tres de sus obras me atravesaron de pronto, sin estar preparada, alojándose en mi interior para siempre. Sucedió con Cumbres borrascosas, esa historia de pasiones violentas y un héroe demoníaco ávido de venganza; pero también con Jane Eyre, protagonizada por una muchacha nada convencional, creada así por Charlotte para demostrar a sus hermanas que una heroína podía ser interesante sin ser bella; y, finalmente, me ocurrió con Villette, que transmite de manera genial la angustia y la soledad de una joven que no es nada para nadie…

Y desde entonces, siempre que vienen a mi mente estas escritoras, las imagino así: a Emily recorriendo el páramo con la única compañía de su perro Keeper; a Anne frente al mar, poco antes de morir; y a Charlotte, sola en la rectoría, después de perder a todos sus hermanos, escribiendo. Pero, sobre todo, las evoco siendo niñas, correteando por los páramos y abriendo ante ellas, a través de su imaginación, un universo de maravillas.


1 Citado por María José Coperías, en su introducción a Jane Eyre, página 35.

2 Citado por Elizabeth Gaskell, Vida de Charlotte Brontë, página 177. 



BIBLIOGRAFÍA 
-          Brontë, Anne, Agnes Grey, Madrid, Cátedra, 2000. La inquilina de Wildfell Hall, Barcelona, Debolsillo, 2003.
-          Brontë, Charlotte, Jane Eyre, Madrid, Cátedra, 1996. Villette, Barcelona, Alba, 2005. Shirley, Barcelona, Alba, 2001. El profesor, Barcelona, Alba, 2002.
-          Brontë, Emily, Cumbres borrascosas, Madrid, Anaya, 1998. Edición de Carmen Martín Gaite, Barcelona, Círculo de Lectores, 1994.
-          Gaskell, Elizabeth, Vida de Charlotte Brontë, Barcelona, Alba, 2000.
-          Montero, Rosa, “Las hermanas Brontë, valientes y libres”. Historias de mujeres. Madrid, Alfaguara, 2007.



 

1 comentario:

Marisa dijo...

Me ha encantado. Leyéndote he recordado tantos momentos de mi pre-adolescencia... Me has trasladado a esa "tierra de brumas" con la que tantas veces he fantaseado. Un beso.