30 de marzo de 2013

LA HABITACIÓN INTERIOR

Todo el infierno se encierra en una sola palabra: soledad.
                                                                                           VÍCTOR HUGO


No sé hasta qué punto tenía razón Víctor Hugo, porque infiernos hay muchos. Pero sí sé que uno de ellos es la soledad, esa soledad que el ser humano no busca sino que le es impuesta por las circunstancias de la vida.

En relación con la soledad, la pérdida de las ilusiones y la necesidad de algo o alguien que nos permita seguir adelante, quiero hablar de un libro que no he comentado con mis amigos lectores ni pensaba reseñar en el blog. Y como es muy difícil escribir sobre los libros que se ama, voy a hacer simplemente un esbozo que permita vislumbrar el tesoro que contiene.

Es una historia que emociona, entristece, angustia, deja escapar alguna sonrisa, una novela dura que refleja la soledad sin límites a la que a veces te fuerza la situación que te ha tocado vivir. La novela a la que me refiero es El corazón es un cazador solitario, de Carson McCullers, el primer y mejor libro de la escritora y que tiene como título esta metáfora impactante. Es una obra maestra de la narrativa contemporánea, escrita cuando la autora tenía sólo veintitrés años, y aunque la novela tenga una trasfondo mucho mayor, a mí me llegó al alma a través de sus protagonistas y el modo en que se enfrentan a una realidad difícil.




McCullers nos sitúa en una ciudad sureña de los Estados Unidos durante los años 30 y da vida a cinco personajes inolvidables, que son cazadores solitarios, seres vencidos que buscan algo que les ayude a soportar la vida.

El sordomudo John Singer es un hombre educado y sensible, cuya amistad con  el mudo Antonapoulos da sentido a su existencia, a pesar de lo poco o nada que le ofrece este último. A Singer acuden todos los demás cazadores solitarios porque, sin decir una palabra, representa lo que cada uno de ellos necesita; le cuentan sus anhelos y preocupaciones, y él, una persona sordomuda, es, paradójicamente, el único que sabe escucharlos, ofreciendo la imagen que ellos quieren ver. Y John Singer tiene a su propio interlocutor ideal, su amigo Antonapoulos, a quien imagina con la misma capacidad de comprensión que le atribuyen a él los demás.

Benedict Mady Copeland es un médico y reformista negro, atormentado por el abandono de su mujer e hijos tiempo atrás; enfermo de tuberculosis, vive entregado a su trabajo y a su comunidad, una comunidad que no le paga con la misma moneda, cuando su hijo es víctima del racismo. Jake Blount es un revolucionario alcohólico con ideas marxistas, que va de pueblo en pueblo intentando despertar las mentes de los oprimidos. Briff Brannon es el dueño del café donde todos acuden y dedica el día entero a su trabajo; pero hay algo en él que nos hace mirarlo con recelo, su actitud hacia la niña Mick Kelly, con quien podría forjar una hermosa amistad, si llegara a comunicarse con ella. 

Y, finalmente, tenemos a Mick Kelly (que representa a la propia McCullers), una niña inteligente dotada de una extraordinaria sensibilidad, que ama la música, da largos paseos por la ciudad y cuida a sus hermanos pequeños. Junto a John Singer, lleva el peso de la narración, y refleja como ningún otro personaje la incomprensión del mundo que la rodea, un mundo de incultura y de pobreza sin oportunidades para su talento. Para huir de la realidad se refugia en la “habitación interior”, ese lugar de su mente donde escucha bellas melodías albergando la ilusión de dedicarse a la música. La última imagen de Mick Kelly en la novela es un canto de esperanza, pues, aunque desconsolada y teniéndolo todo en su contra, sus ilusiones no se detienen: 

Quizá pronto tuviera una oportunidad. De lo contrario, ¿para qué habría servido todo…, lo que ella sentía respecto a la música y todos los planes forjados en su habitación interior? Si es que la lógica existía, algo bueno tenía que suceder. Tendría que suceder, tendría que suceder, tendría que suceder, tendría que suceder. Tendría que suceder forzosamente algo bueno.

¿De acuerdo?
¡De acuerdo!
Algo bueno.


Nosotros, como Mick, también podemos refugiarnos en nuestra habitación interior cuando las circunstancias nos superen. Y, sobre todo, pase lo que pase, debemos creer siempre que algo bueno tiene que suceder.

1 comentario:

Ángela Gondo dijo...

Tengo ese libro sin leer y, por diversas circunstancias, en una casa que ya no es mía. Pero me acabo de forjar el propósito de recuperarlo, y hacerlo mío en la biblioteca del alma que arropa mi habitación interior.

Conocía a la autora de Frankie y la boda, a ti voy conociéndote y tu amistad es un regalo gran luxe.

Abrazos.